domingo, 29 de abril de 2007

EL JARDÍN

Estimado lector. No se le pedirá a usted el uso prodigio de la Geometría, tan sólo su simple observación y conocimiento de ciertas ciencias básicas. Esta columna intenta unificar lo que un día el método separó para estudiar con detalle. Entendamos como ciencia a la metáfora de la realidad; aquella reinterpretación (abstrusa para algunos) formulada por nuestro cerebro lleno de comparaciones y de senderos que se bifurcaron en números, artes o letras. Aprendemos a partir de imitar y analogar el mundo que nos rodea; desde el hombre que usó un madero para cazar y la sangre del animal muerto para dibujar escenas que intentaban comprender su condición, dando así un sentido a su existencia; hasta los formatos actuales cuya quinta extremidad o sexto sentido parece ser un ordenador (el mismo en el que escribo estas líneas) y otros artilugios que prestamos a la modernidad para expresarnos y volver, como nuestro amigo de Altamira, a interrogarnos y lanzar propuestas acerca de nuestro devenir. Todo dentro de un marco de individualismo colectivo; es decir, que no sólo afectamos a nuestra existencia y esencia con nuestros actos, como una gota que colisiona en un océano y puede producir una marejada.

Es el momento del repaso general, señor Descartes, para no omitir nada en este vértigo. El Nuevo Renacimiento, donde hombre y origen sean hallados y confrontados, parece asomarse y ser una constante en esta etapa. En donde se encuentre el significado y se revalore las coincidencias con nuestro medio. Las nuevas exigencias son las primitivas. El hombre debe de interpretar el universo interior y el que lo rodea con todos los medios del que dispone (sin justificar ciertas anomalías que trataremos en alguna parte ética) con ciencia y con arte. Tenemos el legado de antiguos poemas en donde la filosofía, poesía e ingeniería y otras formas de expresión respondían con simplicidad a los problemas más intrincados. Los incas con su sentido panteísta que la Astronomía y la Física desmitificaron; los pitagóricos, que nos recordaban a Orfeo; Lao Tsé, la sabiduría en verso; Da Vinci, a uno de los hombres más completos; Newton, un verdadero artista de la mecánica. Y así, enumeraríamos a profetas, sabios y otros hombres sin desdeñar su legado. Los ejemplos sobran, los motivos también y, la única verdad que ofrecemos, es que podemos estar equivocados. Así pues, acompáñeme en esta re – visión de lo ya conocido y lo que, juntos, podamos descubrir.

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